En su Poética del espacio, Bachelard, nos dice que más allá de la protección y el abrigo que significan la casa en su interior se gestan los valores del sueño, y que son estos “los últimos valores que permanecen cuando la casa ya no existe”. Las piezas que conforman Desvanes de la Infancia han sido desplazadas de un lugar que nunca existió, objetos dislocados, arrancados del fondo de un suelo perdido sin lugar ni espacio, una casa que velocísima volara por encima de nuestras cabezas. Las secreciones de un candelabro, la cera exudada por el hilo de unos pequeños guantes, modifican el objeto desde su núcleo. No hay un agente externo que intervenga, sino que son los propios objetos los que segregan una espesa saliva. Es este el residuo de la memoria, la distorsión del recuerdo que permite recrear infinitas veces un acontecimiento. Porque intuimos que ocurrió algo, pero no sabemos exactamente qué es lo que fue. Y toda la memoria que nos falta la llevan los objetos dentro. Se reproduce así el relato como un virus, en él están los objetos suspendidos y el tiempo es abolido.
Cuando Alsira Monforte Baz altera los elementos solo está activando un proceso latente que, lejos de ser un hecho aislado, se convierte en suceso crónico. “La creación del mundo no tuvo lugar una vez y para siempre, sino que sucede todos los días”, y es entoncescuando el desván, el suelo perdido, pasa a ser infinitas veces recuperado.
Miguel Rodríguez Minguito